MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XXV JORNADA MUNDIAL DEL
ENFERMO
(11 DE FEBRERO DE 2017)
El
asombro ante las obras que Dios realiza:
«El
Poderoso ha hecho obras grandes por mí…» (Lc
1,49)
Queridos
hermanos y hermanas:
El próximo 11 de febrero se celebrará en toda la
Iglesia y, especialmente, en Lourdes, la XXV Jornada Mundial del Enfermo, con
el tema: El asombro ante las obras que
Dios realiza: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí…» (Lc 1,49). Esta
Jornada, instituida por mi predecesor san Juan Pablo II, en 1992, y celebrada
por primera vez precisamente en Lourdes el 11 de febrero de 1993, constituye una
ocasión para prestar especial atención a la situación de los enfermos y de
todos los que sufren en general; y, al mismo tiempo, es una llamada dirigida a
los que se entregan en su favor, comenzando por sus familiares, los agentes
sanitarios y voluntarios, para que den gracias por la vocación que el Señor les
ha dado de acompañar a los hermanos enfermos. Además, esta celebración renueva
en la Iglesia la fuerza espiritual para realizar de la mejor manera posible esa
parte esencial de su misión que incluye el servicio a los últimos, a los
enfermos, a los que sufren, a los excluidos y marginados (cf. Juan Pablo II, Motu proprio Dolentium hominum, 11 febrero 1985, 1). Los
encuentros de oración, las liturgias eucarísticas y la unción de los enfermos,
la convivencia con los enfermos y las reflexiones sobre temas de bioética y
teológico-pastorales que se celebrarán en aquellos días en Lourdes, darán una
aportación nueva e importante a ese servicio.
Situándome ya desde ahora
espiritualmente junto a la Gruta de Massabielle, ante la imagen de la Virgen
Inmaculada, en la que el Poderoso ha
hecho obras grandes para la redención de la humanidad, deseo expresar mi
cercanía a todos vosotros, hermanos y hermanas, que vivís la experiencia del
sufrimiento, y a vuestras familias; así como mi agradecimiento a todos los que,
según sus distintas ocupaciones y en todos los centros de salud repartidos por
todo el mundo, trabajan con competencia, responsabilidad y dedicación para vuestro
alivio, vuestra salud y vuestro bienestar diario. Me gustaría animar a todos
los enfermos, a las personas que sufren, a los médicos, enfermeras, familiares
y a los voluntarios a que vean en María, Salud
de los enfermos, a aquella que es para todos los seres humanos garante de
la ternura del amor de Dios y modelo de abandono a su voluntad; y a que siempre
encuentren en la fe, alimentada por la Palabra y los Sacramentos, la fuerza
para amar a Dios y a los hermanos en la experiencia también de la enfermedad.
Como santa Bernadette estamos bajo la
mirada de María. La humilde muchacha de Lourdes cuenta que la Virgen, a la que llamaba
«la hermosa Señora», la miraba como se mira a una persona. Estas sencillas
palabras describen la plenitud de una relación. Bernadette, pobre, analfabeta y
enferma, se siente mirada por María como persona. La hermosa Señora le habla
con gran respeto, sin lástima. Esto nos recuerda que cada paciente es y será
siempre un ser humano, y debe ser tratado en consecuencia. Los enfermos, como
las personas que tienen una discapacidad incluso muy grave, tienen una dignidad
inalienable y una misión en la vida y nunca se convierten en simples objetos,
aunque a veces puedan parecer meramente pasivos, pero en realidad nunca es así.
Bernadette, después de haber estado en
la Gruta y gracias a la oración, transforma su fragilidad en apoyo para los
demás, gracias al amor se hace capaz de enriquecer a su prójimo y, sobre todo, de
ofrecer su vida por la salvación de la humanidad. El hecho de que la hermosa Señora
le pida que rece por los pecadores, nos recuerda que los enfermos, los que
sufren, no sólo llevan consigo el deseo de curarse, sino también el de vivir la
propia vida de modo cristiano, llegando a darla como verdaderos discípulos
misioneros de Cristo. A Bernadette, María le dio la vocación de servir a los
enfermos y la llamó para que se hiciera Hermana de la Caridad, una misión que
ella cumplió de una manera tan alta que se convirtió en un modelo para todos
los agentes sanitarios. Pidamos pues a la Inmaculada Concepción la gracia de
saber siempre ver al enfermo como a una persona que, ciertamente, necesita
ayuda, a veces incluso para las cosas más básicas, pero que también lleva consigo
un don que compartir con los demás.
La mirada de María, Consoladora de los afligidos, ilumina el rostro de la Iglesia en su
compromiso diario en favor de los necesitados y los que sufren. Los frutos maravillosos
de esta solicitud de la Iglesia hacia el mundo del sufrimiento y la enfermedad
son motivo de agradecimiento al Señor Jesús, que se hizo solidario con nosotros,
en obediencia a la voluntad del Padre y hasta la muerte en la cruz, para que la
humanidad fuera redimida. La solidaridad de Cristo, Hijo de Dios nacido de
María, es la expresión de la omnipotencia misericordiosa de Dios que se
manifiesta en nuestras vidas ―especialmente cuando es frágil, herida,
humillada, marginada, sufriente―, infundiendo en ella la fuerza de la esperanza
que nos ayuda a levantarnos y nos sostiene.
Tanta riqueza de humanidad y de fe no
debe perderse, sino que nos ha de ayudar a hacer frente a nuestras debilidades
humanas y, al mismo tiempo, a los retos actuales en el ámbito sanitario y tecnológico.
En la Jornada Mundial del Enfermo podemos encontrar una nueva motivación para colaborar
en la difusión de una cultura respetuosa de la vida, la salud y el medio
ambiente; un nuevo impulso para luchar en favor del respeto de la integridad y
dignidad de las personas, incluso a través de un enfoque correcto de las
cuestiones de bioética, la protección de los más débiles y el cuidado del medio
ambiente.
Con
motivo de la XXV Jornada Mundial del Enfermo, renuevo, con mi oración y mi
aliento, mi cercanía a los médicos, a los enfermeros, a los voluntarios y a
todos los consagrados y consagradas que se dedican a servir a los enfermos y
necesitados; a las instituciones eclesiales y civiles que trabajan en este
ámbito; y a las familias que cuidan con amor a sus familiares enfermos. Deseo
que todos sean siempre signos gozosos de la presencia y el amor de Dios,
imitando el testimonio resplandeciente de tantos amigos y amigas de Dios, entre
los que menciono a san Juan de Dios y a san Camilo de Lelis, patronos de los
hospitales y de los agentes sanitarios, y a la santa Madre Teresa de Calcuta,
misionera de la ternura de Dios.
Hermanos y hermanas, enfermos, agentes sanitarios y
voluntarios, elevemos juntos nuestra oración a María, para que su materna
intercesión sostenga y acompañe nuestra fe y nos obtenga de Cristo su Hijo la esperanza
en el camino de la curación y de la salud, el sentido de la fraternidad y de la
responsabilidad, el compromiso con el desarrollo humano integral y la alegría
de la gratitud cada vez que nos sorprenda con su fidelidad y su misericordia.
María, Madre nuestra,
que en Cristo nos acoges como hijos,
fortalece en nuestros corazones la espera confiada,
auxílianos en nuestras enfermedades y sufrimientos,
guíanos hasta Cristo, hijo tuyo y hermano nuestro,
y ayúdanos a encomendarnos al Padre que realiza obras
grandes.
Os aseguro mi constante recuerdo en la oración y os
imparto de corazón la Bendición Apostólica.
8 de diciembre
de 2016, Fiesta de la Inmaculada Concepción
[Franciscus]
No hay comentarios:
Publicar un comentario